Bienvenidos al blog de Catequesis Bíblica.

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lunes, 12 de marzo de 2012

EVANGELIOS –TEXTOS III.



EVANGELIOS DE LA INFANCIA: Ni reportajes históricos ni cuentos de hadas, los evangelios de la infancia revelan un profundo conocimiento de Cristo. Ni Lucas ni Mateo se propusieron escribir una biografía de Jesús niño, sino que ambos quisieron decir, cada uno a su manera, "quién" es este niño: nuevo Moisés, Hijo de David, Hijo de Dios. Cada uno escribió lo que la fe, alentada por el Espíritu, le había hecho descubrir a la Iglesia. En efecto, después de Pascua ningún discípulo miró ya a Jesús como antes: en adelante, cada uno podía contemplar su misterio y entender su misión. Así pues, los evangelios de la infancia encierran toda una cristología.

Pero no bastaba con comprender; era preciso, además, transmitir lo que el Espíritu había hecho descubrir. Pero, ¿cómo expresar lo inefable? ¿De qué manera comunicar aquella experiencia arraigada en la resurrección del Señor? Los evangelios, como todos los autores bíblicos, tropezaron con un problema de lenguaje. Y, a decir verdad, lo resolvieron con un arte consumado. Lucas y Mateo muestran una profunda comprensión de las Escrituras y de las tradiciones bíblicas; además saben utilizar el lenguaje simbólico.

Así, cuando la estrella señala el camino a los magos, está saludando, como en cualquier lugar del antiguo Oriente, el advenimiento de un rey o de un dios, cumpliendo el antiguo oráculo de Balaán y, con mayor sutileza aún, horadando el espesor de la noche para anunciar que "sobre los que habitaban en tierra de sombras brilló una luz" (Is 9, 1). Cuando María marcha presurosa a casa de su prima Isabel, el rey David y toda Jerusalén van dándole escolta y, con Juan Bautista, proclaman su alegría al ver aproximarse a sus murallas la nueva Arca de la alianza. Y Jesús, cuando responde con pasmosa viveza a los escribas, anuncia las futuras controversias que acabarán llevando al Hijo del hombre a la cruz.

El lenguaje simbólico no es el pariente pobre de la literatura. Reemplaza al lenguaje de la razón donde éste sólo podría balbucear o quedar callado. Pero el símbolo oculta, y a la vez, revela. La vacilante aproximación de Moisés a la zarza indica también la incesante búsqueda del hombre en el camino del Absoluto, mientras que la llama que no consume el arbusto dice algo del amor respetuoso de Dios a su criatura.

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