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miércoles, 7 de marzo de 2012

LA PALABRA INSPIRADA: Parte II

PALABRA/QUE-ES: El paralelismo se entiende en el marco de la antropología hebrea. Experimentan y, con bien, la palabra todavía de modo bastante material. Es algo que sale por la boca, viaja por el aire, llega al oído que escucha; por el oído baja al corazón, sede de la inteligencia, de ahí baja a las entrañas o «cámaras del vientre», donde se depositan los conocimientos. De allí «suben al corazón», sede de la conciencia; convertidos en palabra salen por la boca. Aunque hayamos de corregir el aspecto demasiado material, hay algo en esa concepción digno de retenerse y adaptarse. ¿Qué es la palabra? ¿No es el mismo aire que aspiramos y expiramos con el ritmo de los pulmones? Podemos dejarlo salir sin esfuerzo consciente, o concentrarlo en un soplo.

Podemos retenerlo un instante en la boca para darle forma. ¿Tiene forma el aire que expiramos? Nosotros, con garganta y paladar y lengua y labios, lo modelamos y modulamos, lo configuramos en sistemas de vibraciones que transportan sentido articulado: palabras y sentencias. Nuestro aliento se ha convertido en palabra. Al comunicarnos verbalmente con otros les trasmitimos algo de nuestra vida Espiritual; podemos enriquecer la vida Espiritual del otro con la nuestra por medio de la palabra. Hablar con otros es casi una respiración de nuestro espíritu.

La antropología hebrea nos habla de la presión interna del aliento = espíritu, que busca salida en forma de palabra para comunicarse. Cito y comento tres textos del libro de Job: 7,11: «Por eso no frenaré la lengua, hablará mi Espíritu angustiado, se quejará mi alma entristecida (o: mi garganta amarga). El hebreo dice angostura o estrechez de viento: un viento encajonado, comprimido, que busca impetuosamente salida. 8,2: «¿Hasta cuándo hablarás de esa manera? Las palabras de tu boca son un huracán». Huracán es en hebreo «viento Impetuoso». Su fuerza interior lo hace salir tumultuosamente, en forma de palabra, en discursos que azotan como un vendaval. 32,18s: «Porque me siento henchido de palabras y su ímpetu me oprime las entrañas. Mis entrañas están como odres nuevos que el vino encerrado revienta». Ímpetu es en hebreo viento, paralelo de palabra. Estas imágenes servirán de fondo al relato de Pentecostés: «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas».

Doy otro paso. En rigor, la palabra que uno pronuncia no salta como un surtidor ni vuela por el aire como una flecha para alcanza al otro, sino que propaga un sistema de vibraciones en un espacio acústico compartido. Al espacio le imprimimos o imponemos nuestros acordes en consonancia. A veces el espacio acústico suele vibrar por consonancia y hasta añade armónicos al tono emitido. Conocemos cómo resuena el órgano en una alta catedral. El aire o espacio en que estamos y que hacemos nuestro al respirar, lo hacemos nuestro al hacerlo vibrar, y seguimos dentro de él. El espacio acústico se contagia y aporta su contribución sonora. Aunque esto no lo sabía la antropología y la física hebreas, lo sabemos nosotros, y nos basta para reflexionar. La constitución Dei Verbum del concilio Vaticano II, nos dice: 21. «La Escritura, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos trasmite inmutablemente las palabras del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo». Recojo y subrayo el término resonar (personare). El recinto vivo, catedralicio de la Iglesia está lleno del viento del Espíritu: « ¿Habéis olvidado que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habla en vosotros?» (1 Co 3,16). Pues bien, el Espíritu que respiramos porque llena la Iglesia de Dios, resuena con la palabra de Dios. Está en consonancia con la palabra inspirada, y cuando ella resuena, él añade sus armónicos. La tradición es la resonancia enriquecida de la Escritura en el ámbito de la Iglesia.

Después de esta reflexión en imágenes sobre la Palabra y el Espíritu, podemos volver a nuestro problema: ¿cómo puede una palabra ser del hombre y de Dios, ser humana y divina? La primera respuesta es referir el misterio de la Escritura al misterio de la Encarnación, misterio central de salvación y revelación. Referir a un centro es centrar e iluminar el problema. Profesamos nuestra fe en Jesucristo, Hijo de Dios, «nacido de mujer», hombre y Dios verdadero. Algunas herejías no supieron mantener la plenitud de la unidad: nestorianos que negaron la naturaleza divina, monofisitas que negaron la naturaleza humana, docetas que declaraban pura apariencia la humanidad de Cristo. De modo semejante se dan errores acerca de la Escritura: racionalistas que niegan su carácter divino, una especie de docetas que niegan o minimizan su carácter humano. ¿Cómo puede una palabra ser a la vez humana y divina? -Como Cristo, respondemos; y es una primera respuesta. A partir de ella la tradición ha ensayado unas cuantas metáforas o analogías para explicar algo del misterio. Estas analogías son: el instrumento, el dictado, el mensajero, el autor y sus personajes. La analogía es un acercamiento: descubre algo y descubre cuanto queda por descubrir.

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